miércoles, 3 de noviembre de 2010

Sobre Ángel Heladio Aguirre Rivero

Discursos: Aguirre. La Campaña
Gustavo Martínez Castellanos
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Este 03 de noviembre, en Guerrero, inician oficialmente las campañas políticas para la elegir candidato a gobernador. Este acontecimiento encierra algunos significados que, hasta ahora, ni analistas ni actores políticos han hecho notar.
El primero es que estos comicios concitan una serie de reencuentros. El primero es el que realizan el PRD con el PRI, de cuya matriz salió hace más de veintidós años. El segundo es el de Aguirre con el PRI del que salió hace un par de meses. El tercero es el de Añorve con Aguirre; y el último, es el del PRI con el PRI a través de aquellos priístas que han decidido abandonarlo sólo en estos comicios.
El primer encuentro retoma lo que algunos ciudadanos hemos dicho con anterioridad: el PRD jamás se separó del PRI o, visto desde otro ángulo, siempre le fue secretamente fiel. En un juego dialéctico, el PRD aceptó de alguna manera, durante todos estos años, que no podía existir sin su némesis. Porque lo convirtió en su parámetro. En cambio, su lucha de agravios mutuos construyó un partido democrático: El PRD era el ala izquierdista del PRI; su indeseable memoria, el área de su conciencia que quería extirpar y no pudo. El PRI era el ala derecha del PRD, la forma acabada de lo que no quería ser, pero en la que, operaba constantemente. De no haberse separado en el 88, hubieran sido un partido poderoso y progresista. Hoy, son sólo dos partidos mexicanos, con todas sus prerrogativas y yerros que mide cada acción del otro a través de las ofensas sin lavar y cuya única postura es despojar al otro de todo el poder posible. En esa intersección el electorado y la ciudadanía comprobó que ambos son lo mismo.
En este contexto, el segundo encuentro, el de Aguirre con el PRD, nunca tuvo nada de extraordinario. En el desgaste que el PRD ejerció sobre sí mismo a fuerza de repetir- en su intento de negarlo- al PRI, tuvo que admitir que para poder ganar elecciones debía “abrirse” a “otras” propuestas, siempre y cuando negaran al PRI. Paradójicamente, con ese ejercicio, el PRD empieza a dar visos de auténtica democracia, aunque en lo demás continúe siendo una franquicia. Otra.
El encuentro de Añorve con Aguirre se da en el segundo contexto: ambos son priístas, son parientes, son paisanos, quieren ser gobernadores. Han “priízado” el ámbito político, y se encuentran en el mismo punto que cuando eran precandidatos. Sin embargo, ahora la decisión recae en un electorado no en el “forito” de Figueroa Alcocer. Y el principal motor de la participación ciudadana exige el fin de las prácticas seculares del caciquismo (desde la Encomienda en la Colonia, hasta los enclaves políticos priístas). La elección, entonces, no será por un partido, una visión política o un nombre –o un hombre- sino por un discurso que ofrezca alternativas de un auténtico cambio. Un discurso respaldado por un proyecto y logros concretos.
En ese tenor podemos observar el discurso de Aguirre en tres años de gobierno una década atrás y su influencia en el Senado. Pero, además, su desempeño personal y, por otra parte, su insistencia por gobernar. No por volver a gobernar. Sino hacerlo por primera vez.
Esa insistencia, comprende su comportamiento político. O la estrategia para arribar con posibilidades concretas al momento de presentar, para que le sea aceptada, una candidatura. Parece ser que todo el proceso fue exitoso. El único problema se dio en el momento de la elección al interior del PRI ya que ésta no fue democrática.
Los analistas a veces olvidan eso y pasan por alto que los dos auténticos precandidatos del PRI a la candidatura eran únicamente Aguirre y Añorve (a Gómez Maganda la sumaron después para cubrir las formas). Ese olvido hizo ver a Aguirre, al inicio de la conformación de la Coalición de Izquierda, como si hubiera surgido de la nada para usurpar algo. Como ha ocurrido con muchos candidatos del PRD que por ser familiares de los gurúes de ese partido ahora son diputados federales.
Con Aguirre, en realidad, las cosas fueron opuestas, desde su precandidatura dentro del PRI inmediatamente sumó simpatías y aglomeró grupos y, al aceptar la invitación a representar al PRD hizo que éste negara por primera vez de manera efectiva al PRI y se individualizara hasta hacerlo dejar de ser el gemelo amarillo del PRI. Y romper con su discurso de izquierda. Ese texto que, en partes sincero y en lo demás hueco, los llevó a y los sostuvo en el poder. Hoy, esa ruptura los hará conservar el poder. Aguirre fue el detonante de ese rompimiento y, de esa forma, su benefactor. Ahora, el discurso de Aguirre es el discurso de la izquierda y en él ya no se observa a la dinámica política como una forma de conservación del poder sino como un instrumento de cambio para beneficio social. Es, además, un discurso universalizado que ahora nos incluye a todos.
Porque ante eso y el hecho de que la derecha y el PANAL no se sumaran a este proyecto el electorado ha dado muestras de actuar de forma individual. Aguirre y su Coalición lo saben, por ello, las réplicas fueron mínimas, casi inexistentes. En cambio, Añorve tomó todo eso como un rechazo hacia Aguirre y se apresuró a intentar sumar al PAN y al Panal sólo a su campaña, nunca a un proyecto de gobierno. Añorve ha hecho alianzas y ha obtenido aliados: no grupos de distribución y de ejercicio conjunto de poder.
Al respecto algunos de mis lectores me han replicado lo siguiente: “Aguirre –dicen-, ya tuvo su oportunidad. Y la obtuvo gratuitamente. Figueroa se la regaló”. Nada más erróneo. Al sustituir a Figueroa Aguirre le hizo un favor al PRI y a Figueroa por hacerle un favor a Guerrero. Aguirre aplacó la tormenta que devino de la mascare de Aguas Blancas, y lo hizo en la peor de las condiciones. Tuvo que contrarrestar al gabinete que ya estaba. Tuvo que luchar por redimir y sumar al resto de ese sexenio a los guerrerenses agraviados, tuvo que sortear a los grupos de poder que nunca entendieron la magnitud del problema, es decir, tuvo que detener un tren y echarlo en reversa sin descarrilarlo para insertarlo en la vía correcta. En plazos castigadísimos.
En medio de todo eso: Paulina. Más tarde, el Charco. Y, en todo momento, los grupos figueroístas que aún ven como un agravio que Aguirre evitara aquel descarrilamiento político, social y económico. Quienes consideran eso como una oportunidad -y además gratuita- pasan por alto tantos factores cuya ausencia les impide ver con claridad la magnitud de la obra de Aguirre. Ahora con la candidatura para esta elección a Gobernador, Aguirre pide la oportunidad que le fue negada porque decidió servir a su estado en los peores momentos de su historia reciente. Y quiere llevar a cabo su proyecto porque considera que tiene la razón y porque se sabe con la fuerza para realizarlo. La dirigencia del PRD supo leer eso y, al respaldarlo, tuvo un gran acierto. El escenario es otro. Los partidos de izquierda son otros (el PRI sigue siendo el mismo). Nuestro futuro puede ser otro. Mañana inician oficialmente las campañas. No serán el ruido y las matracas lo que defina esta elección. Serán los discursos. Escucharlos con atención, atreverse a leerlos sin apasionamiento, será ineludible. El de Aguirre, va muy adelantado: tiene más de diez años de gestación.



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